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La mirada de una mujer cargando una anaconda viva en sus manos se imponía la mañana del jueves, 16 de octubre, en el puerto de la ciudad Francisco de Orellana, más conocida como El Coca, en la Amazonia ecuatoriana. El cartel, que tenía esta imagen, colgaba de una embarcación de dos pisos, parqueada a la espera de sus pasajeros. A un lado, las letras negras en fondo naranja resaltaban no solo por su color, sino por lo que anunciaban: “Yaku Mamá, flotilla amazónica: de los Andes a la Amazonia. Rumbo a Belém a la COP30”.
La presencia de este barco en el puerto ecuatoriano marcaba el inicio de la travesía de más de 50 representantes indígenas y de organizaciones de toda la cuenca amazónica. Durante casi un mes, la flotilla viajará a través del río Amazonas y sus afluentes, hasta llegar a Brasil, para participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP30), que se llevará a cabo del 10 al 21 de noviembre.
Este grupo recorrerá alrededor de 3.000 kilómetros, a través de cuatro países, en distintas embarcaciones, para llevar las voces amazónicas a las negociaciones más importantes para el futuro del planeta. “La flotilla es un espacio para compartir experiencias y reflexionar sobre temáticas que son discutidas en las COP y que históricamente se han abordado sin la participación de los pueblos indígenas”, explica Alexis Grefa, uno de los representantes de las juventudes ecuatorianas del pueblo Kichwa de Santa Clara, y parte del equipo organizador de la flotilla amazónica.
A sus 29 años, Grefa conoce de cerca cómo se llevan a cabo estas negociaciones, ya que ha participado en las COP previas de cambio climático y biodiversidad. En esta ocasión, al ser la primera vez que este evento se realiza en una ciudad amazónica, espera que las demandas de los pueblos indígenas, como el financiamiento directo, la transición energética justa, la eliminación de los combustibles fósiles y el respeto a la consulta previa sean tomadas en cuenta.
Un sueño que se hizo realidad
Esa mañana del jueves, la embarcación se fue llenando de distintos acentos, lenguas y música. Unos se tomaban fotos, otros recorrían los espacios y algunos se sentaban a observar el paisaje. El último piso se convirtió en el sitio preferido de todos los asistentes por la vista del río Napo. A los pocos minutos de navegación, los representantes de diferentes pueblos y nacionalidades indígenas de la Amazonia ecuatoriana dieron un mensaje de aliento y recordaron la misión del viaje.
“Que todos se enteren que en las comunidades estamos sufriendo de un monstruo gigante que nos está atacando”, decía Elsa Cerda, representante de la guardia indígena de mujeres Yuturi Warmi, en referencia a la minería y a la extracción de petróleo. Después de un recorrido simbólico durante alrededor de tres horas, la embarcación volvió al puerto de El Coca. Para acudir a su primera parada, Nueva Rocafuerte, en la frontera con Perú, era necesario tomar las lanchas rápidas a motor, conocidas como deslizadores, para acortar el tiempo de viaje.
A través de sus lentes, Grefa observaba el cartel desde el puerto, antes de partir. “Es un sueño colectivo”, reflexionaba, mientras se acomodaba una camiseta en la que también tenía pintada una serpiente. Esta imagen de la anaconda o cobra, considerada la dueña o ama del río, ya había aparecido en los sueños de las personas, de diferentes puntos de la Amazonia, que ayudaron a organizar la flotilla. Por eso, cuando la idea se concretó, decidieron nombrarla Yaku Mama (madre agua) y usar esta serpiente, que se transforma en mujer, como su logo.